Al alba, me desperté porque escuche a los hombres llegar. Por sus exclamaciones de fastidio deduje que pronto volveríamos a movernos. A veces pensaba que, si no fuera por mi falta de fuerza, podría ir a cazar con ellos, porque, en palabras de Abish y los ancianos: "podría oír una abeja en la otra punta del Territorio". Ellos siempre tenían razón, así que supe que estaban lo suficientemente lejos como para no oírme mientras me escabullía a la Sala Redonda. Para mi regocijo, aún quedaban restos de pintura en cuencos de la caída del sol anterior. Manche mis dedos y, medio camuflados por un bisonte, los plasmé. No estaba muy segura de si me estaba permitido estar allí antes que Abish, pero esperaba que los espíritus fueran indulgentes. Empecé a escuchar movimientos en la antesala, donde dormíamos, así que me apresuré a fingir que yo también lo hacía, sin atreverme a mover un musculo hasta que empecé a notar algo de actividad. Pronto estuvimos caminando por los alrededores, guiando a los niños como nuestras madres nos guiaron a nosotros en su día. Siguiendo el curso del río encontramos algunos frutos comestibles y nos apresuramos a llevarlos al Territorio. Últimamente pasábamos por una época de escasez, y ya el resto de chicas ya comentaba que antes de la próxima caída del sol tendríamos un nuevo Territorio. Mas algo cambió el curso de lo planeado. Después de ir a pescar, cuando empezó a oscurecer nos dispusimos a encender el Fuego y tener una fogata, aún siendo esta débil y no dando suficiente calor para todos, nos tranquilizó. Seguidamente se levantó viento: los espíritus nos sonreían. Las llamas se avivaron con mucha rapidez y pudimos estar del todo cómodos.
Aprovechando ese buen augurio If decidió contar la Leyenda, pues algunos niños no la habían escuchado aún. Poco sabíamos aún dentro de aquella estampa tan agradable, concentrados como estábamos en que gracias al Fuego no habría depredadores esa noche. Pero cuando oscureció del todo cundió el pánico.
Nadie podía ver la luna, que debía encontrarse allí. Temí seriamente que lo que yo había hecho hubiese enfadado a los Espíritus. Si dejaban de sonreírnos… Sin embargo ese problema se me olvidó pronto, pues todo estábamos intentando mantener el fuego suficientemente brillante como para no estar a merced de la Oscuridad. Nadie durmió esa noche. Al día siguiente bailamos y cantamos hasta que el sol nos abandonó y comprobamos, con alegría, que la Luna había vuelto.
¡Espero que os haya entretenido!
Me despido,
May.
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